martes, enero 13, 2009

Insurrección en Grecia

Cuando se fortalecían y relacionaban en Grecia las acciones, movilizaciones y huelgas de hambre contra las prisiones y su atentado permanente contra la vida y contra la discriminación, contra los inmigrantes que intentaban trabajar en el país. Cuando distintos sectores obreros se iban animando a sostener sus reclamos con firmeza pese al predominio del PC en los sindicatos y comenzaban los saqueos para paliar la miseria de los sectores más empobrecidos, la policía asesinó de un tiro en el pecho a Alexandros Grigoropoulos, joven militante anarquista de Atenas.
Este incidente encendió la insurrección, con semanas de incendios, manifestaciones y enfrentamientos con la policía, ataques a ministerios, al poder judicial y sedes de partidos políticos.
El descontento se convirtió en la práctica en cuestionamiento generalizado de los aparatos del Estado, y la solidaridad internacional que venían practicando grupos anarquistas de varios países con los reclamos en Grecia se intensificó con movilizaciones y ataques a los intereses estatales y capitalistas griegos en todo el mundo. A las acciones que se venían realizando en Inglaterra, España, Italia, Portugal, Chipre, etcétera, se sumaron compañeros en otras regiones como en Argentina y Chile, donde se movilizaron para dejar en claro al estado griego y al sistema en general que el proletariado griego no está sólo y que la solidaridad proletaria internacional y la resistencia global son realidades bien concretas en muchos corazones. En el mismo sentido en Inglaterra fue tomada la embajada griega sustituyéndose la bandera nacional por la bandera negra de la anarquía.
Mientras, en Grecia, se tomaban medios de comunicación y, ante la quita de solidaridad de la dirigencia de la central de trabajadores se le ocupó el edificio para convocar a la huelga general. Además los estudiantes tomaron muchos colegios y universidades, como la Universidad de Econopmía de Atenas, de donde extraemos las siguientes ideas de su comunicado: “Somos parte de la revuelta de la vida contra la muerte cotidiana que nos imponen las relaciones sociales existentes. Con la fuerza destructora que latía dentro de nosotros, llevamos a cabo un salvaje (aunque contradictorio) ataque a la institución de la propiedad privada. Ocupamos las calles, respiramos libres a pesar del gas lacrimógeno, atacando la peor parte de nosotros mismos: nuestra imagen como esclavos de nuestros jefes, cuya forma más extrema y repugnante es el policía.
Erigimos una barricada inquebrantable contra la repugnante normalidad del ciclo de producción y distribución. En la situación actual, nada es más importante que consolidar esta barricada frente al enemigo de clase. Incluso aunque nos repleguemos ante la presión de la escoria (para-) estatal y la insuficiencia de la barricada, sabemos que ya nada volverá a ser igual en nuestras vidas. […] La insurrección de diciembre no lleva consigo ninguna demanda concreta, precisamente porque los sujetos que en ella participan sufren día a día la negativa de la clase dominante a aceptar cualquier demanda, y por lo tanto la conocen a la perfección. Los susurros de la izquierda, que en un comienzo pedía la retirada del gobierno, se transformaron en un terror mudo y un intento desesperado por calmar la incontrolable ola insurreccional. La ausencia de demandas reformistas refleja una subyacente (aunque aún inconsciente) disposición a la subversión radical y a la superación de las relaciones mercantiles existentes, y la creación de unas relaciones cualitativamente nuevas.
Todo comienza y madura en la violencia -pero nada se queda ahí. La violencia destructora que se desató en los acontecimientos de diciembre ha causado el parón de la normalidad capitalista en el centro de la metrópolis, una condición necesaria pero insuficiente para la transformación de la insurrección en un intento de liberación social. La desestabilización de la sociedad capitalista es imposible sin paralizar su economía -esto es, sin interrumpir la función de los centros de producción y distribución, mediante el sabotaje, las ocupaciones y las huelgas. […] Una serie de prácticas de lucha -algunas de la cuales han salido a la superficie de forma elemental en muchos países donde han tenido lugar importantes conflictos de clase- proponen y desarrollan a un nivel embrionario la comunidad humana que va a abolir y trascender de manera creativa las relaciones mercantiles alienadas. […] Hacemos todo lo que está a nuestro alcance para no abandonar las ocupaciones y las calles, porque no queremos irnos a casa”. (Diciembre 24 de 2008, Proletarios de la ocupada ASOEE)
"El terrorismo de Estado no nos detendrá", (en una banderola de la protesta convocada por los jóvenes que ocuparon la Escuela Politécnica de Atenas). “Solidaridad con los rehenes del Estado", escribieron en una pancarta ante la mirada de unos 50 policías. Otros tres mitines de estudiantes de la enseñanza secundaria fueron organizados durante la mañana, bloqueando las grandes arterias de la capital.

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