lunes, mayo 28, 2012

Cruel actualidad


Los cerdos, el capital y la salud

Los pobladores de Freirina, sitio localizado en el norte de Chile, en una zona considerada desértica por los gobernantes, vienen reclamando desde varios meses por el foco infeccioso que constituye un criadero de medio millón de cerdos. La explotación ganadera es de la empresa Agrosuper, la mayor productora de agroalimentos del país trasandino.
Los capitalistas dejaron abandonado el establecimiento porcino, lo cual implica serios riesgos para la salud de los pobladores que habitan la Región de Freirina, el Ministro de salud del gobierno de Sebastián Piñera alertó por la catástrofe sanitaria en ciernes, pero las medidas se orientarán a evitar la mortandad de cerdos y no a dotar a la población de atención sanitaria preventiva.
Es evidente que el único interés de los gobernantes son los negocios y como garantizar a los empresarios el mantenimiento de su tasa de ganancias, aun a costa de pestes, epidemias o pandemias.
Negocios y solo negocios, la corrupción y la impunidad están íncitas en las conductas de los componentes de estas alianzas político mercantiles.
¿Biopolítica activa para diezmar poblaciones o campañas de disciplinamiento social preventivo? ¿Sólo en Chile?

Carlos A. Solero

Denuncian que un hombre fue quemado vivo por policías en Corrientes


Fuego fácil
Raúl Cardozo había ido a un festival de doma con su hija. Los vecinos escucharon sus gritos en la comisaría. El intento de tapar el caso.
Pedido. Cardozo junto a su hija de 7 años, que lo acompañó la noche fatal. Una de las marchas en reclamo de justicia.
A los recientes casos de gatillo fácil y apremios protagonizados por policías provinciales y federales en distintos puntos del país, se sumó un hecho de una crueldad inusitada. Esta vez no fue una bala perdida en el marco de un operativo violento ni un efectivo que usa su arma para “defenderse” fuera del horario de trabajo. Los policías ataron en una silla y prendieron fuego vivo a un hombre en una comisaría de San Lorenzo, en el noroeste de la provincia de Corrientes. Son cinco los agentes acusados de haber golpeado y luego quemado a Raúl Cardozo, a quien habían detenido por encontrarlo ebrio a la salida de un festival artístico. Todavía no fueron detenidos.

Cardozo tenía 31 años y era “embarcadizo”, como se les dice en Corrientes a quienes se alistan en buques pesqueros que navegan en alta mar. Pero la muerte lo encontró en sus pagos. El 29 de abril pasado concurrió con su hija de 7 años al Festival de Doma y Folklore que se desarrollaba en el pueblo. Terminó preso en la comisaría, la única con la que cuenta el municipio. Falleció el 2 de mayo en el hospital escuela de esa localidad: tenía el 95 por ciento del cuerpo quemado.

No bien trascendió la noticia, la policía provincial informó que Cardozo se había prendido fuego solo e hizo aparecer un encendedor que la víctima supuestamente había ocultado en la requisa. Sin embargo, el hombre no fumaba. “¿Accidente? No, por favor. Esto fue un homicidio. A mi marido lo mataron. Y antes de eso, lo torturaron”, afirmó Ester Montiel a la Radio Dos de Corrientes, y brindó detalles desgarradores de la situación que se produjo en la puerta del festival: “Mi hija vio cómo lo castigaban y les decía que no le peguen más a su papá. Después, la dejaron abandonada”, relató la mujer entre lágrimas.

En estas dos semanas, varios centenares de vecinos, incluyendo al intendente Juan Acevedo, vienen acompañándola en multitudinarias marchas y misas en reclamo de justicia. La localidad no tiene más de 4 mil habitantes. Ernesto González, uno de los abogados de la familia, se quejó porque “los cinco funcionarios policiales implicados todavía no fueron detenidos”. Los más comprometidos son la oficial a cargo de la comisaría, Carolina Libramiento, y los cabos Raúl Moreno y Francisco Arrúa.

“Salieron a decir que se incendió y cuando la cosa no era creíble, empezaron a cambiar sus dichos –dijo el abogado González a la prensa local–. A Cardozo, en la comisaría lo amarraron, lo redujeron y lo empezaron a castigar. No hay dudas de que fueron efectivos policiales. Luego lo prendieron fuego vivo: por eso gritaba y pedía auxilio. Tenemos testigos que van a contar cómo pedía clemencia y pedía por su familia. Lo escucharon los vecinos a 50 metros de la comisaría”.

Pese a lo aberrante del caso, la noticia tardó en trascender nacionalmente. El abogado Rubén Leiva, que también asiste a la familia de Cardozo, denunció que “hubo un operativo realizado por altos funcionarios de la policía para poner un manto de silencio sobre el hecho. Y hasta en algún momento se recomendó a periodistas del lugar que no hablen del tema. ‘Se recomendó’ es la forma elegante de decir que les pidieron que se callen la boca: la cúpula policial intentó censurar el tema, desde el jefe para abajo. Este hecho puso en evidencia las graves falencias de la policía”

Fuente: veintitrés

Acerca del asesinato de Cristian Ibazeta en la Unidad de Detención Nro. 11 de Nqn

Crónica de un asesinato anunciado 

Se puede decir que en el ámbito carcelario, hay tres tipos de presos. Están los del montón, que sobreviven como pueden. Sólo tienen en la mente hacer conducta y rajar lo antes posible. El resto se dividen en dos grupos.
De un lado están los buchones, o  de acuerdo a la jerga carcelaria “Los Limpieza”, que son las víctimas que se convierten en victimarios de las otras víctimas. Son esos que por algún “beneficio”, ya sea un par de pastillas o la promesa de protección, se colocan bajo el ala de los guardiacárceles y ejecutan sus órdenes.
Del otro lado están los que resisten. Un pequeño grupo de rebeldes que se caracterizan por haber paseado por todas las cárceles del país y haber sido recibidos en cada una de ellas con golpes de puño y patadas, con facazos y aislamiento en los buzones. Estos necios, eternos desafiantes de la autoridad penitenciaria, son el peor enemigo de la requisa. Los golpes y las torturas no logran nunca alterar su carácter de ingobernables, y es por ello que indefectiblemente terminan cumpliendo su ineludible destino, en el piso de una celda, exhalando su último suspiro de vida, pataleando en el charco de su propia sangre. Cristian Ibazeta era uno de los rebeldes.
Corría el mes de abril del año 2004. La madre de Cristian, a pesar de su discapacidad por esclerosis múltiple, concurría a la Unidad de Detención Nro. 11 para visitar a su hijo. Fue cuando la obligan a desnudarse para requisarla que se desata la indignación de Cristian y de todos sus compañeros, quienes luego intentaron un reclamo en respuesta a este abuso –que había sido la gota que rebalsó el vaso- y a todos los otros maltratos de los que eran regularmente víctimas.
Ese atrevimiento no iba a ser perdonado por los grises. Los siguientes tres días quedarán marcados para siempre en las memorias y en muchos de los cuerpos de los internos de la U11. La policía torturó y torturó, y después torturó un ratito más, total, eran presos, a quién mierda le iba a importar.
Pero a no olvidar, Cristian era de los rebeldes. Borceguíes o zapatillitas de balet, fierros de grueso metal o espaditas de plástico, balas de goma o pequeños balines de juguete; para él era muy difícil distinguir, el miedo era una sensación que había extraviado ya hacía rato en alguna celda de alguna cárcel del país. Así fue que metió 7 denuncias penales en los tribunales neuquinos por abusos y malos tratos, sabiendo que se perderían en el espeso fango de la burocracia judicial, como si dijera “me chupa un huevo, yo me la banco igual”. Pero a los que no les chupaba un huevo era a la vigilancia policial, que ya planeaba como darle un punto final a la desobediencia indebida.
Llegado este año 2012, Cristian ya había transcurrido la mayor parte de la condena que le había impuesto la sociedad por atreverse a desafiar la propiedad privada en un robo. Anduvo por Ezeiza, Rawson, Chaco, y finalmente logró volver a la U11 neuquina.
El Lunes 21 de mayo, a un mes de salir con las transitorias, Cristian recibía la visita de las cumpas de Zainuco Gladys y Angie, que lo habían ido a ver con el solo fin de compartir unos mates. Pálido de la bronca, les relataba que ese día la requisa le había tajeado las zapatillas, obsequio de su madre. Al despedirse, las compañeras se comprometieron a hablar con la jueza de su causa, pero más tarde sabrían que eso no iba a tener sentido alguno.
Sólo unas pocas horas después, 6 o 7 nada más, Cristian ingresaba en el área de terapia intensiva del Hospital Castro Rendón con 24 heridas corto-punzantes, la mandíbula rota y varios órganos vitales comprometidos. Terco como siempre, se aferraba a su vida en una cama del hospital. Pero sus verdugos habían sido diligentes en la tarea de asesinarlo. Lo habían agarrado dormido, porque sabían que su metro noventa de estatura no sería fácil de dominar, y los cortes que le hicieron fueron letales. Tres días después de entrar por la puerta de un costado del hospital, Cristian salía por la de arriba.
Si fue la requisa misma o si fueron “Los Limpieza”, ejecutando una orden impartida por aquélla, sólo los mudos muros de la cárcel lo saben. De todas maneras, ¿acaso importa? Lo cierto es que nuestro rebelde, ese que denunció la tortura y siguió denunciando a la policía, ese que quizás no era valiente, pero seguro carecía de miedo, ya no denunciará más, ya no tendrá ni valor ni miedo, ya no es más, ya no está… Pero la pregunta vuelve ¿acaso importa? ¿acaso A ALGUIEN LE importa? No, seguro que no. No era maestro, no era un militante, no era presidente, era un preso. A nadie le importa ¿o no? Los próximos días dirán.

domingo, mayo 27, 2012

El asesinato policial de Franco Díaz

Entrevista a Sabrina Vargas, víctima de la violencia policial la noche que mataron a Franco Díaz


El viernes 4 de mayo estábamos festejando el cumpleaños de un amigo. De repente, llegó un móvil policial a decir que bajaran la música porque unos vecinos se estaban quejando por ruidos molestos.
Entonces cortamos la música; pero el móvil no se iba. Al contrario, pidieron refuerzos porque querían que saliéramos de la casa y nosotros no salíamos. Un policía empezó a patear la puerta y, cuando uno de los chicos abrió la puerta, desde adentro de un móvil uno nos tira un tiro que le pegó en la cara a Franco, que simplemente estaba mirando. Varios lo trataron de reanimar; pero se desangró y murió rápidamente.
Empezamos a salir, unos por las motos de los pibes, que estaban afuera; y otros preocupados por los pibes que estaban saliendo. Le empezamos a gritar y cantar canciones a los policías. Entonces nos empezaron a tirar balas de goma; algunos les tiraron piedras; pero al final todos corrimos y algunos nos metimos en la casa. Hasta al padre del chico del cumpleaños le dieron un balazo por tratar de calmar a los policías.
Volvieron muchos chicos a tirarle piedras a los policías, los móviles avanzaban tirando balas de goma y retrocedíamos, y volvíamos. Así varias veces hasta que nos fuimos. Al pibe se lo había llevado una camioneta de la policía, dejando a muchos heridos.  Entre ellos una chica a la que le quedó el plomo que mató a Franco incrustado en el pómulo, y que al día de hoy no se lo sacan.
Quedamos con mucha bronca con la policía; porque no puede ser que hagan este tipo de cosas. Que vayan atacando a la gente por nada.
Sabrina Vargas
(China, la del B° Susso)