sábado, noviembre 03, 2007

En tiempo de elecciones...

Gente amiga,

A la hora de medir el «compromiso cívico» a la luz de los resultados electorales, políticos, periodistas, encuestadores y analistas suelen pasar por alto el fenómeno del abstencionismo, de las abstenciones en los comicios. Esta omisión no es, desde luego, casual. Apunta a minimizar la importancia del desencanto popular con el orden político imperante: la «democracia» liberal, el sistema de partidos. Considerar sólo la relación votos positivos-votos en blanco y anulados, esto es, soslayar la relación votos emitidos-cantidad de empadronados, permite ocultar la masiva y aguda disconformidad no con tal o cual partido, coalición o candidato, sino con el régimen político demo-liberal hoy vigente en la mayor parte del mundo.

En las recientes elecciones presidenciales de nuestro país, aproximadamente un 32% (sic) de la ciudadanía no emitió un voto positivo. El 6% sufragó en blanco o anuló el voto, y el 26% directamente optó por no participar en los comicios, no obstante ser el sufragio una obligación legal, y su incumplimiento, una falta punible con multa (véase Código Electoral, art. 125). Prácticamente, uno de cada tres ciudadanos argentinos percibe a las elecciones como algo contraproducente, farsaico, o, en el mejor de los casos, completamente inútil. Para un tercio del padrón electoral la «amplia gama de opciones» es sólo un espejismo, y sólo tiene en mente las ecuaciones político = corrupto y representación = traición. Evidentemente, el «que se vayan todos» sigue vigente.

Pero esto no es todo: al abstencionismo masivo de los empadronados hay que sumarle el ausentismo generalizado de los presidentes de mesa. En Mendoza, por ejemplo, la deserción alcanzó un nivel récord: el 91,4% ( sic) de los ciudadanos convocados se excusó. Esta cifra es otro claro síntoma del descreimiento de los argentinos en el actual sistema político.

El desencanto con la «democracia» representativa es un fenómeno mundial. En los mismísimos Estados Unidos de América, estado baluarte de la «democracia liberal», la abstención electoral es moneda corriente. En las últimas elecciones presidenciales (2004), nada menos que el 43,3 % del padrón electoral prefirió no participar de los comicios. De modo que, en rigor, George W. Bush no inició su segundo mandato con un apoyo ciudadano de 50,73%, sino de 28,76%. Probablemente en nuestro país el porcentaje de abstenciones sería similar si el sufragio fuera opcional, como lo es en el Estado más poderoso del planeta.

Otro elemento a tener en cuenta es que tanto en los EE.UU. como en la Argentina, una parte nada desdeñable de la población está conformada por inmigrantes indocumentados carantes de ciudadanía, y, por consiguiente, imposibilitados de votar. En el primer país, los residentes extranjeros que no están «en regla» ascienden a 12 millones; en el nuestro, a 800 mil.

Uno estaría tentado de afirmar que esta apatía u hostilidad a la «democracia liberal» conlleva automáticamente al cuestionamiento del principio de representación política sobre el cual descansa el Estado, la institución estatal. Pero, lamentablemente, la historia nos enseña que la crisis del sistema demo-liberal no necesariamente conduce al surgimiento de asambleas populares. En algunos casos, lo que sucede es que los Estados se reesctructuran sobre bases corporativistas. El principio de representación política, en lugar de colapsar, puede mutar. No habrá entonces partidos políticos, sino corporaciones («sindicatos verticales»). Pero la idea y la práctica de delegar el poder en una minoría subsiste. La Alemania nazi y la Italia fascista, entre otros ejemplos, demuestran que el hundimiento de la democracia liberal bien puede acarrear el ascenso no de comunas libertarias, sino de Estados corporativistas. En otros casos, dicha crisis desemboca en la implantación de dictaduras militares, como ocurrió en Argentina en el '66 y el '76. No hay partidos políticos, cierto, pero sí minorías que gobiernan en nombre del pueblo.

Con todo, hay indicios esperanzadores. Ese 32% de los argentinos que no quiso emitir un voto positivo, bien pudo haber dado su voto a las agrupaciones nacionalistas de extrema derecha que denuncian la corrupción de los partidos políticos y abogan por una reforma corporativista —o corporativizante— del sistema político. Por fortuna, y a diferencia de lo que ocurre en varios países europeos, el neofascismo argentino no cuenta con caudal electoral. Esto daría lugar a pensar que el descreimiento es aún más profundo, y que es el principio mismo de representación política —y con él, el Estado— lo que está en crisis, y no solamente el sistema demo-liberal. No sería errado ver en la persistencia del asambleísmo popular en distintos lugares de Argentina un indicio de dicha presunción.

Es todo,

Federico

PD: los datos referidos al abstencionismo y al voto en blanco o anulado en las recientes elecciones los he tomado de un mail enviado esta mañana por Marcelo Giraud.

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