lunes, abril 25, 2011

Dos revueltas: Túnez y Egipto 2010-11

[se publica a continuación un análisis, mas que un panfleto sobre este tema, del cual es tan complicado encontrar información por fuera de los medios masivos de propaganda del Capital]



El mundo árabe contiene el aliento y mira hacia Egipto. La lucha que allí está a punto de desplegarse prefigura el resultado de las luchas que quizá surjan pronto por toda la región. Una derrota del levantamiento egipcio, sea a manos de los militares o a manos de los islamistas, se traduciría en una derrota para los levantamientos ya en curso, en Libia, el Sudán árabe, Yemen y Argelia. Determinará lo que salga de ellos de un modo u otro.


1. En Egipto las cosas han llegado a un punto en el que hay claros indicios de descomposición revolucionaria y reorganización de la sociedad.

La odiada policía casi se ha desintegrado, se ha retirado de la calle, no se la veía por ninguna parte. Esta asombrosa observación, que nadie pudo pronosticar y que topó con la incredulidad y la desconfianza de los manifestantes, no es indicio de la relativa fuerza de estos últimos —en términos militares— sino de la debilidad interna de la policía.

Dicha fuerza se mostró medianamente fiable mientras se vio a los manifestantes como gente de clase media con formación universitaria. Parece ser que esta noción se vino abajo cuando personas de los estratos inferiores de la sociedad, tras algunas vacilaciones, comenzaron a interesarse por su lucha y salieron a la calle a apoyarles.

La policía, compuesta en su mayor parte por gente de esos estratos inferiores, parece haber titubeado instantáneamente frente a un levantamiento que en gran medida ha demostrado ser proletario.

La desaparición de la policía de la calle, y la oleada instantánea de saqueos que le siguió —según la mayoría de los egipcios organizada por la propia policía— provocó una respuesta de las masas: empezaron a organizar comités de barrio dedicados a salvaguardar a la población y a organizar su defensa, tanto contra el Estado como contra las bandas.


2. Otra forma de autoorganización cobró existencia de un modo muy parecido: comités de fábrica obreros, al menos en los bastiones industriales, donde los trabajadores se unen para defender (lo que podríamos traducir como: ocupar) su lugar de trabajo y organizar una huelga general. También partió de estos círculos el intento de formar sindicatos independientes.

Estos acontecimientos son significativos en la medida en que en esta fase ya no existía el control estatal sobre partes de la vida social. A la gente se le dio la ocasión, y la obligación, de organizarse a sí misma.

Parece que si hay un criterio que defina a la social revolución frente a la mera revolución política, es éste. Lo que ahora estamos presenciando en Egipto es una auténtica revolución social.

A juzgar por cómo fracasó la revolución iraní en 1979, ya se puede deducir que existe un peligro profundamente arraigado en la doble estructura de esta autoorganización nueva y espontánea. Las dos ramas, si se quiere, podrían tender a tomar rumbos divergentes porque representan necesidades completamente diferentes y obedecen a una dinámica totalmente distinta; y eso podría acabar utilizándose para arruinarlas.

En 1978-1979, los comités de barrio, los komiteha, acabaron bajo la influencia de los clérigos islamistas y sus seguidores porque en esos círculos tenían muchos seguidores y muy devotos, temerarios y organizados, que no estaban dispuestos a respetar las reglas de la democracia revolucionaria, y que decidieron aplastar a sus adversarios. Más tarde, su brazo armado se incrustó en lo que acabaría siendo la organización pasdaran, de una forma muy semejante al modo en que Feliks Dzershinsky creó la Cheka a partir de lo que quedaba de los comités militares de los soviets locales, tras purgarlos de todos los no-bolcheviques y convertirlos en un mero instrumento.

Por otra parte, los consejos obreros fueron controlados poco a poco por grupos leninistas y populistas de izquierda que redujeron la trascendencia y el impacto potencial de estos consejos a la condición de un mero instrumento político; cuando llegó el momento en que los islamistas se volvieron contra los obreros, toda su organización cayó en cuestión de meses.

Así fue cómo la autoorganización del proletariado sucumbió ante la contrarrevolución islamista.

Estas dos ramas representaban dos tendencias diferentes, y en última instancia servían a dos clases distintas: los comités de barrio representaban cada vez más a lo que podría llamarse una pequeña burguesía, y los consejos de fábrica al proletariado industrial. No había ninguna organización, sin embargo, capaz de ocuparse de la organización de la sociedad posrevolucionaria en su conjunto; la democracia insurgente, nacida de la necesidad de autodefensa, demostró su parálisis, y en última instancia fue incapaz de hacer frente al enemigo.

En estos momentos no vemos qué podría ayudar al levantamiento egipcio a evitar este escollo.


3. El ejército egipcio no parece saber si volverse contra Mubarak o contra el levantamiento. Ha entrado en las ciudades, donde fue vitoreado por la multitud, que lo acogió como contrapeso a la detestada policía; hasta el momento se ha abstenido de reprimir al pueblo insurgente.

Son pocos los analistas que no creen que pueda hacerlo. No es nuestro caso, sin embargo, porque no vemos cómo el ejército podría evitar correr la misma suerte que la policía; y si lo hiciera, entonces los desertores armados se sumarían al levantamiento, que entonces estaría armado. Y eso supondría el fin de cualquier intento de restaurar el orden pronto, que es lo que pretende el liderazgo militar.

Además, los militares quieren desesperadamente ser percibidos como parte de la solución, no como parte del problema. Por tanto, sólo reprimirán las protestas si se encuentra una solución política, es decir, un llamado gobierno de unidad nacional bajo Baradei u otro, con o sin la participación del PND.

El día en que se encuentre esa solución será el día en que comience en serio la represión.

El último factor de la ecuación son los Ikhwan al muslimun. Los islamistas no parecen estar a punto de saltar al primer plano ni de tratar de hacerse con el poder. Aguardarán al momento en que se sepa quién es el ganador, y entonces harán su apuesta. Mantienen una presencia en gran medida simbólica dentro de las protestas y negocian entre bambalinas. Saben que formarán parte de cualquier solución política, y que tienen suficiente fuerza en la calle para que su voz sea oída en ella en caso necesario.

Son un enemigo a tener en cuenta. Nadie puede pensar que hayan sido marginados. Sólo se muestran cautelosos. De un modo u otro, tendremos noticias suyas.

Cualquier supuesta solución política, recordémoslo, no es una solución. Esto no tiene que ver con el establecimiento de un nuevo gobierno; de haber sido ese el caso, nada de esto habría sucedido.

El mundo árabe, y no sólo el mundo árabe, está observando. Están a punto de suceder grandes cosas. Nadie sabe cómo saldrán. Todo podría salir horriblemente mal. Para que no salgan horriblemente mal, las cosas necesitan asistencia. Hacen falta iniciativas, en Europa y en otras partes. Todos los interesados en el éxito de la revolución egipcia deberían ponerse en movimiento. Si no sois unos completos chalados —cosa que algunos sois— sabréis lo que tenéis que hacer.


# traducción de un análisis en alemán publicado en el blog In The Absence Of Truth en Enero de 2011 por No había futuro




La era de los motines ha comenzado…

Nada explota como una refinería y a los insurrectos parece gustarles quemar cosas…
(declaración de un analista financiero en Aljazeera)

La fase de transición de la crisis: de la reestructuración a la rebelión

Día a día, el viento de revuelta que barre regiones de África y de Oriente Medio se hace sentir más. Un país tras otro aparece en los titulares de la prensa internacional y el tema es siempre el mismo: conflictos entre manifestantes y la policía o matones paraestatales de cada régimen local, que suele ser totalitario. Pese a todos los esfuerzos del espectáculo global para ocultar la naturaleza proletaria de los levantamientos y subrayar sus contradicciones internas, presentando los acontecimientos como meros «movimientos políticos por la democracia» o como confrontaciones políticas entre los seguidores de tal o cual político regional, no se puede ocultar la evidente verdad: se trata de una clase contra otra. Los proletarios utilizan piedras, cócteles Molotov y palos; la poli está completamente armada y tiene tanto miedo que dispara y mata indiscriminadamente. Los proletarios ocupan edificios, bloquean carreteras y queman coches, reducen cárceles a cenizas, liberan a los presos y sabotean las infraestructuras. El capital se prepara para imponer una dictadura aún más dura. Para los regímenes de transición no será fácil estabilizarse, pues no podrán satisfacer ninguna de las principales reivindicaciones de los insurrectos relacionadas con sus condiciones de vida. Egipto y Libia son, de momento, las manifestaciones más serias de la fase insurreccional de la crisis. Egipto es importante debido a su relevancia económica y geopolítica dentro de la competencia global intercapitalista y Libia lo es, no sólo por su relevancia como país productor de petróleo, sino también porque el Estado perdió rápidamente el control de la situación, lo que ha desatado el pánico a escala mundial.

El actual régimen de acumulación es el resultado de la primera reestructuración que tuvo lugar durante las décadas de 1970 y 1980; su crisis es la otra cara del éxito de esa reestructuración. Es la profundización del propio neoliberalismo lo que ha producido esta crisis histórica, porque el capitalismo es un sistema de relaciones sociales contradictorias. No importa lo estable que parezca por fuera cada modo de acumulación: lleva en su seno el desarrollo de su dinámica contradictoria interna, lo que acaba conduciendo al estallido de la crisis. El logro del capitalismo reestructurado, a saber, el triunfo de la subsunción de toda la existencia del proletariado bajo el capital, ha hecho depender desesperadamente la reproducción del proletariado (y del capitalismo) de los altibajos de la economía, esto es, que ésta sea más vulnerable a la crisis que en cualquier período histórico anterior. En el actual momento histórico en el que nos encontramos, la fase de transición de la crisis capitalista global que estalló en 2008 sigue desarrollándose. En esta fase de transición, el capital financiero global intenta evitar su devaluación directa mediante la imposición de una draconiana segunda fase de la reestructuración en todo el planeta. Las consecuencias de este esfuerzo son visibles en todas partes, pero difieren en lo que se refiere a la intensidad y la calidad del ataque contra el proletariado, que depende de: a) la posición de cada Estado dentro de la jerarquía capitalista global, b) los progresos ya realizados durante la primera fase de la reestructuración impuesta y sobre todo c) la historia de lucha de clases en cada región. En todo el mundo (salvo en China) la reestructuración supone la reducción del salario directo e indirecto (pensiones, prestaciones y servicios públicos); supone que la reivindicación salarial se vuelve ilegítima; también supone el aumento en los precios de bienes esenciales, lo que se debe tanto al mecanismo objetivo de la crisis como al hecho de que determinadas facciones del capital especulan claramente con los precios alimentarios. Uno de los resultados de esta apuesta es que la parte más desvalorizada del proletariado no tiene literalmente nada que comer: «Los precios han subido tanto que si compro unos cuantos limones para mi dolor de garganta, me quedo sin blanca durante todo el mes» dijo un trabajador del Ministerio de Transporte en Egipto.

Ante la tormenta de la crisis económica, los subsidios estatales para la supervivencia de la fuerza de trabajo superflua desaparecen y el resultado es la proliferación del trabajo informal y de la miseria. Los proletarios no tienen otra opción que trabajar (en su mayoría de modo informal) para poder sobrevivir y al mismo tiempo, como resultado de la crisis, les resulta imposible encontrar un empleo o tener unos ingresos que cubran el coste de la reproducción de su fuerza de trabajo. Los proletarios exigen sobrevivir, así que reivindican reducciones en los precios de los alimentos, aumentos salariales y empleos. Sus reivindicaciones piden desesperadamente a los capitalistas que salven al capitalismo de sí mismo. Cuando exigen empleo estable y salarios «decentes», de hecho los proletarios les dicen a los capitalistas: «nos necesitáis, sin nosotros no hay extracción de plusvalía, no hay capital». El capital, por su parte, responde que no puede costear la supervivencia del proletariado, y deja claro que una parte (significativa) de este último es inútil (en términos de valor) y, más importante aún, que la deseada recuperación no conlleva reintegración alguna de esta parte superflua del proletariado; de ello se sigue que estructuralmente estos proletarios constituyen una población sobrante. Históricamente, pues, la reivindicación salarial aparece como un callejón sin salida (estructural, no cíclico) y a la vez como algo necesario. El levantamiento de este proletariado superfluo, y por tanto carente de futuro, se enfrenta a la forma más clara y cruel de dominación capitalista, la policía. Y es precisamente el hecho de que la salida de la crisis, desde el punto de vista capitalista, no incluya a esta población proletaria superflua lo que convierte a la policía en la forma general del capitalismo actual.

En todo el mundo los proletarios experimentan lo asfixiante de su precaria situación en un contexto definido por la miseria y la ghettoización. Los ejemplos más llamativos son Frontex (la policía de fronteras de la UE), la policía y los militares respectivos desplegados en la frontera estadounidense con México, el muro en Palestina, los campos de trabajo vigilados por el ejército en China, las comunidades valladas de Hispanoamérica y su equivalente, las favelas, inmensos barrios bajos, y por supuesto la versión griega de esta situación, la valla de 12,5 km en la frontera con Turquía. De forma lenta pero definitiva, el planeta entero se convierte en un espacio gobernado por el apartheid y se construyen modernos bantustanes para la clase trabajadora. Esta represión urbana asfixia a los proletarios y niega una de las condiciones básicas del capitalismo: la venta libre de la fuerza de trabajo. En El Cairo, este tipo de planificación urbana se puso en práctica a buen ritmo durante la década pasada. En todas las regiones de África y Oriente Medio en las que ahora se produce el levantamiento proletario, la dictadura del valor y de la economía adopta la forma política de una democracia dictatorial. La razón por la que estos motines han alarmado a los capitalistas de todo el mundo es que la dictadura democrática, el totalitarismo, ahora también es la fantasía de la burguesía en los países más desarrollados, pues parece ser la única forma de imponer la segunda fase de la reestructuración.

En todos estos países las manifestaciones y motines comenzaron a partir del terreno de la reproducción; la cuestión es saber si la agitación también llegará al terreno de la producción de valor, al epicentro del capitalismo. Las huelgas que siguieron a la caída del dictador socialista Mubarak parecen apuntar en esa dirección y los capitalistas observan ansiosamente ese rincón del mundo con el dedo en el gatillo, pues de repente los «El Dorados» se convierten en trampas para el capital en regiones volátiles cuyo futuro es muy incierto. La «inmensa ventaja competitiva» se ha convertido, prácticamente de la noche a la mañana, en «un riesgo de gestión imposible». La subcontratación, el turismo, la construcción y la industria textil, pero sobre todo las rutas petroleras y comerciales (Suez y el Golfo) topan ahora con el fuego del levantamiento proletario. Después de Túnez, Egipto y Libia, donde la insurrección prosigue todavía, Bahrein, Yemen, Irán, Irak y Argelia matan proletarios en su esfuerzo por impedir el levantamiento.

El régimen griego también intenta operar proactivamente contra la revuelta venidera: de una parte se prepara para la imposición formal de alguna forma de dictadura (quizá mediante elecciones) y por otra busca dirigir las reacciones hacia un rumbo populista-nacionalista de derecha o de izquierda (como segunda opción). Los funcionarios del capital financiero global, que controlan en estos momentos el poder estatal griego, intentan ahora vender rápidamente la propiedad estatal, después de su éxito en reducir los salarios. Esta venta no es sino un intento de valorizar un capital atrapado (principalmente) en el sistema financiero griego y europeo y que corre peligro inmediato de devaluación masiva. En el otro bando, los proletarios se oponen a esta venta porque comprenden que supone una reducción todavía mayor del salario indirecto y el deterioro de sus condiciones de vida en general; se niegan a pagar multas y peajes, ocupan edificios, tratan de reducir los efectos de crisis haciendo tanto ruido como pueden, pero hasta ahora sólo en la esfera de la circulación y la reproducción. Las huelgas en sectores afectados por la reestructuración no se corresponden con la intensidad del ataque; no representan sino los últimos cartuchos de las capacidades de mediación de los sindicatos.

Las dos probables estrategias de la burguesía griega son de doble filo. La imposición de una dictadura en Grecia probablemente haría atravesar el Mediterráneo al virus de la rebelión, con todo lo que algo así supondría para otros países europeos. Por otro lado, la desaceleración de la reestructuración seguramente pondría en entredicho la participación del Estado griego en la Europa políticamente unificada, lo que lo relegaría a la tercera zona del capital. Eso haría peligrar seriamente los intereses de un gran sector de la burguesía griega.

Para los proletarios que viven en Grecia sólo hay un camino, con independencia de la opción puesta en práctica: unas luchas de clase cada vez más radicalizadas. Seguramente los sindicatos no convocarán pronto otra huelga general de 24 horas como la de hoy, pero a medida que pase el tiempo los frentes de la lucha de clases se multiplicarán y el estallido de la insurgencia ya no puede posponerse mucho más. Por la dinámica de su propio desarrollo y sus fracasos objetivos, las luchas reivindicativas del proletariado, centradas en la existencia del salario y contra el deterioro general del nivel de vida, acabarán rompiendo con su contenido reivindicativo. Esta ruptura ya se anuncia en casos como el de Keratea y aparecerá netamente en cualquier conflicto localizado. El contenido de ruptura hace imposible la unificación política de los proletarios en lucha y por tanto la mediación efectiva de los conflictos. Por ejemplo, la represión a la que probablemente se enfrente el movimiento social «nosotros no vamos a pagar la crisis» podría llevar el conflicto al punto de poner en peligro la propia existencia de los actuales medios de transporte. El desarrollo de la dinámica de rupturas jamás puede terminar y estabilizarse en «conquistas de la clase trabajadora»; sólo puede ser el comienzo del proceso revolucionario histórico.



# por Agentes del Caos
# Octavilla repartida el 23 de febrero de 2011 durante las manifestaciones por la huelga general en Atenas y Tesalónica, Grecia.
# extraído de No había futuro

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