miércoles, julio 27, 2011

A 10 años de la muerte de Carlo Giuliani



Han pasado diez años. Desde el día posterior a los trágicos acontecimientos de julio de 2001, junto a los familiares de Carlos, estuvimos exigiendo verdad y justicia para aquel cuerpo yaciendo sobre el suelo de la Plaza Alimondi, para aquella joven vida ultimada por dos disparos efectuados por aquellos que se supone que defienden “la ley y el orden”. También exigimos verdad y justicia para los cientos de hombres y mujeres que, durante aquellos días, fueron maltratados, golpeados y humillados por esos mismos.
Es triste, aunque no una sorpresa, pensar que en este país (conocido en todo el mundo por sus masacres sin resolver) servidores públicos hallados culpables de abuso contra ciudadanos indefensos no hayan respondido por ello y sigan vistiendo sus uniformes e incluso, en muchos casos, hayan sido ascendidos. Eso nos llena de indignación, pero no nos sorprende que en este desafortunado país un asesinato en la calle a plena luz del día a manos de las fuerzas de la ley y el orden pase de puntillas sin ni siquiera juicio. Tampoco sorprende que el responsable político de las actividades de las fuerzas armadas durante esos días continúe siendo miembro del parlamento y ocupe una de las más altas posiciones en el Estado ¡alguien en quien confían incluso ciertos sectores de la “izquierda” como aliado político!
La Italia que acogió la cumbre del G8 en Génova hace 10 años no es muy diferente de la actual, o de la del pasado. Frente a decenas de miles de personas de todo el mundo que querían expresar que otro mundo es posible, debatir asuntos de interés público y manifestar su oposición a las políticas económicas neoliberales, el Estado hizo lo que siempre: ofrecer vehículos blindados, provocaciones, represión, alambradas y una zona de acceso restringido creada al efecto. En otras palabras, quiso reducir a un mero asunto de orden público las demandas de un movimiento popular amplio, variado, inteligente y decidido.
Pero ese movimiento global y visionario que murió en 2001 en Génova junto a Carlo dejó su testamento social y político, asumido una vez más por quienes luchan contra la destrucción del medio y la privatización de los bienes públicos, por el derecho al libre movimiento de las personas, contra la guerra y el gasto militar, contra el racismo y la xenofobia, por la dignidad y la seguridad en el empleo, por el derecho al trabajo y contra la precarización, por la emancipación de todos los Sures del mundo.

"Todo estado es tirano"
"Llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones"


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