lunes, mayo 28, 2012

Acerca del asesinato de Cristian Ibazeta en la Unidad de Detención Nro. 11 de Nqn

Crónica de un asesinato anunciado 

Se puede decir que en el ámbito carcelario, hay tres tipos de presos. Están los del montón, que sobreviven como pueden. Sólo tienen en la mente hacer conducta y rajar lo antes posible. El resto se dividen en dos grupos.
De un lado están los buchones, o  de acuerdo a la jerga carcelaria “Los Limpieza”, que son las víctimas que se convierten en victimarios de las otras víctimas. Son esos que por algún “beneficio”, ya sea un par de pastillas o la promesa de protección, se colocan bajo el ala de los guardiacárceles y ejecutan sus órdenes.
Del otro lado están los que resisten. Un pequeño grupo de rebeldes que se caracterizan por haber paseado por todas las cárceles del país y haber sido recibidos en cada una de ellas con golpes de puño y patadas, con facazos y aislamiento en los buzones. Estos necios, eternos desafiantes de la autoridad penitenciaria, son el peor enemigo de la requisa. Los golpes y las torturas no logran nunca alterar su carácter de ingobernables, y es por ello que indefectiblemente terminan cumpliendo su ineludible destino, en el piso de una celda, exhalando su último suspiro de vida, pataleando en el charco de su propia sangre. Cristian Ibazeta era uno de los rebeldes.
Corría el mes de abril del año 2004. La madre de Cristian, a pesar de su discapacidad por esclerosis múltiple, concurría a la Unidad de Detención Nro. 11 para visitar a su hijo. Fue cuando la obligan a desnudarse para requisarla que se desata la indignación de Cristian y de todos sus compañeros, quienes luego intentaron un reclamo en respuesta a este abuso –que había sido la gota que rebalsó el vaso- y a todos los otros maltratos de los que eran regularmente víctimas.
Ese atrevimiento no iba a ser perdonado por los grises. Los siguientes tres días quedarán marcados para siempre en las memorias y en muchos de los cuerpos de los internos de la U11. La policía torturó y torturó, y después torturó un ratito más, total, eran presos, a quién mierda le iba a importar.
Pero a no olvidar, Cristian era de los rebeldes. Borceguíes o zapatillitas de balet, fierros de grueso metal o espaditas de plástico, balas de goma o pequeños balines de juguete; para él era muy difícil distinguir, el miedo era una sensación que había extraviado ya hacía rato en alguna celda de alguna cárcel del país. Así fue que metió 7 denuncias penales en los tribunales neuquinos por abusos y malos tratos, sabiendo que se perderían en el espeso fango de la burocracia judicial, como si dijera “me chupa un huevo, yo me la banco igual”. Pero a los que no les chupaba un huevo era a la vigilancia policial, que ya planeaba como darle un punto final a la desobediencia indebida.
Llegado este año 2012, Cristian ya había transcurrido la mayor parte de la condena que le había impuesto la sociedad por atreverse a desafiar la propiedad privada en un robo. Anduvo por Ezeiza, Rawson, Chaco, y finalmente logró volver a la U11 neuquina.
El Lunes 21 de mayo, a un mes de salir con las transitorias, Cristian recibía la visita de las cumpas de Zainuco Gladys y Angie, que lo habían ido a ver con el solo fin de compartir unos mates. Pálido de la bronca, les relataba que ese día la requisa le había tajeado las zapatillas, obsequio de su madre. Al despedirse, las compañeras se comprometieron a hablar con la jueza de su causa, pero más tarde sabrían que eso no iba a tener sentido alguno.
Sólo unas pocas horas después, 6 o 7 nada más, Cristian ingresaba en el área de terapia intensiva del Hospital Castro Rendón con 24 heridas corto-punzantes, la mandíbula rota y varios órganos vitales comprometidos. Terco como siempre, se aferraba a su vida en una cama del hospital. Pero sus verdugos habían sido diligentes en la tarea de asesinarlo. Lo habían agarrado dormido, porque sabían que su metro noventa de estatura no sería fácil de dominar, y los cortes que le hicieron fueron letales. Tres días después de entrar por la puerta de un costado del hospital, Cristian salía por la de arriba.
Si fue la requisa misma o si fueron “Los Limpieza”, ejecutando una orden impartida por aquélla, sólo los mudos muros de la cárcel lo saben. De todas maneras, ¿acaso importa? Lo cierto es que nuestro rebelde, ese que denunció la tortura y siguió denunciando a la policía, ese que quizás no era valiente, pero seguro carecía de miedo, ya no denunciará más, ya no tendrá ni valor ni miedo, ya no es más, ya no está… Pero la pregunta vuelve ¿acaso importa? ¿acaso A ALGUIEN LE importa? No, seguro que no. No era maestro, no era un militante, no era presidente, era un preso. A nadie le importa ¿o no? Los próximos días dirán.

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