martes, octubre 02, 2007

En Birmania esconden a miles de monjes

(De Uno) BANGKOK– Nadie ve lo que está pasando en Birmania, pero las noticias siguen llegando. A pesar del esfuerzo de la junta militar por silenciar su masacre contra los ciudadanos rebeldes y poner buena cara a la diplomacia internacional, una filtración puso en evidencia cómo se las gastan los militares que controlan el país: unos 4.000 monjes arrestados en las manifestaciones de la semana pasada serán llevados en secreto al norte del Myanmar, según la BBC, que citó fuentes de grupos paramilitares financiados por el gobierno.
Los monjes budistas que encabezaron las protestas están siendo confinados mientras tanto en un colegio y en un antiguo recinto deportivo, y algunos han dejado de comer. El traslado secreto de los monjes da una idea de que el gobierno militar se resiste a perder la guerra mediática. De Rangún no llegan imágenes de lo que está pasando y las noticias que transmite la prensa del régimen dibujan un panorama de color rosa, con unos dirigentes sonrientes y dispuestos a recibir a los diplomáticos de la ONU. Pero tantas buenas noticias son siempre malas noticias y sólo buscan que el interés por lo que ha estado sucediendo estos días en ese país lejano comience a decaer. Ayer, en un alarde de exageración ridículo, los grupos paramilitares cercanos al régimen se dedicaban a reclutar a la gente más pobre de las ciudades para participar en una contramanifestación a favor del gobierno, a cambio de dos míseros dólares y bajo la amenaza de tener que pagar siete si no quieren tener problemas más graves, informó ayer la radio Mizzima, un canal de periodistas birmanos que transmite desde países vecinos como Tailandia. Aun así, la voz de los birmanos busca cualquier recoveco para expresarse libremente. La de la mujer que descuelga el teléfono en Rangún –a unos 575 kilómetros de Bangkok– hace un relato más o menos coincidente con los otros testimonios que están llegando estos días desde los grupos disidentes: toques de queda, prohibiciones de andar con más de cuatro personas por la calle, detenciones por llevar cámaras y disparos de los soldados que han acabado con muchas vidas. La voz, firme al otro lado de la línea, concluye su relato diciendo que no puede hablar, que los soldados tienen fichado a todo el mundo, y pide que no se deje de informar lo que está pasando. “Vamos a resistir”, dice antes de colgar. Lo que ocurra en Birmania en los próximos días depende mucho de eso y de la presión que se haga sobre el país. Por un lado, los ciudadanos tratan de aguantar las batidas de los soldados y continuar con las protestas, que son una y otra vez disueltas a base de palos y disparos. Por otro, el gobierno trata aceptar los durísimos mensajes de la comunidad internacional y se lava la cara admitiendo la entrada del enviado especial de la ONU al conflicto, el nigeriano Ibrahim Gambari.

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